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SER VULNERABLES, NUESTRO SÚPERPODER

Parceros, no hay cosa más bonita para mí que las personas auténticas, reales, honestas, transparentes; personas que no le tienen miedo a ser vulnerables y que, por el contrario, utilizan esto a su favor.

Aunque creo que no es que la “utilicen” a su favor, sino que simplemente se dejan ser en toda su esencia, con sus fortalezas y debilidades. Eso parceros, los hace únicos y, sin pensarlo, termina jugando para bien en sus vidas.

Cuando una persona que en lugar de mostrarse infalible y todopoderosa se muestra como es, sin negar ninguna parte de su ser es, para mí, de admirar.

Todos somos vulnerables, aunque nadie lo quiera aceptar

Todos tenemos miedo a ser excluidos o rechazados, a no pertenecer. Le tenemos miedo a cometer errores, a equivocarnos, a sentir vergüenza, a salirnos del molde de lo que, aparentemente, es correcto.

Nos han educado para ser los mejores, obtener las mejores notas, destacarnos en lo que hagamos, alcanzar el éxito.

De niños, cuando obtenemos un logro nos hacen fiesta, nos llenan de regalos, de cariño. Pero cuando cometemos un error o nos equivocamos, en muchas ocasiones lo que recibimos es un castigo, una carita triste o la indiferencia o decepción de los papás.

Permitamos que nuestros hijos se equivoquen

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Leemos las señales, las interpretamos y entendemos, consciente o inconscientemente, que para recibir amor y para que las personas que amamos sean felices, debemos mostrar siempre resultados positivos, ser los mejores, alcanzar una meta tras otra.

Y está bien que reconozcan nuestros logros y si somos papás, reconocer los de nuestros hijos, sentirnos felices y motivarlos a que siempre den lo mejor en todo lo que hagan.

Pero no deberíamos hacer del error o de la falla un conflicto o un drama porque para uno ser bueno en lo que hace debe equivocarse muuuchaaas hijuepuchas veces, y si uno aprende que la equivocación o el error son malos y generan vergüenza propia y ajena, empezamos a hacer lo posible para no fallar.

Debemos permitirnos a nosotros y a los demás, ser vulnerables

Nadie quiere equivocarse, nadie quiere sentirse avergonzado o insuficiente. Pero en la vida es inevitable hacerlo, es inevitable cometer errores porque esa es la naturaleza de todo y porque nosotros somos vulnerables, no perfectos ni infalibles.

Entonces, tras esa búsqueda de la perfección negamos nuestra esencia. Nos rechazamos, nos tratamos mal, nos culpamos por no cumplir con los estándares que la sociedad ha catalogado como “éxito”.

Estándares que, en muchas ocasiones, están ligados al interés de meternos en un mundo de necesidad constante que nos ofrece en objetos o situaciones externas a nosotros mismos (un carro, un reloj, un celular, un viaje, una fiesta, etc.), la cura para esas imperfecciones o la clave para ser una persona de éxito y feliz.

Creemos que nuestro objetivo es la búsqueda de la perfección, entonces, nos volvemos implacables ante el error propio y ajeno; somos jueces y sabemos cómo arreglar la vida de otros y cómo debería haber actuado la otra persona, qué debería haber dicho, qué decisión debería haber tomado.

No castiguemos el error, todos somos vulnerables

En ocasiones, llegamos a bordear los límites de la crueldad cuando nos creemos con el derecho y la autoridad de juzgar el cuerpo del otro, su familia, sus gustos, la casa donde vive, su pareja, lo que piensa y lo que dice… Hemos perdido la capacidad de ser empáticos y compasivos.

Si fuéramos más abiertos a las equivocaciones propias y ajenas, si juzgáramos menos al otro, si lo aceptáramos como es y no como se supone que “debería ser”, tendríamos si no un mundo, al menos una vida más feliz.

Creemos que la felicidad es el éxito y que el éxito se alcanza con la perfección

Muchas personas piensan que tener éxito es tener dinero para comprar una casa de revista; es ascender y ascender en el trabajo para tener cada vez más gente a cargo y, sobre todo, más poder; es tener un cuerpo donde la flacidez y la grasa, por mínima que sea, no tienen lugar.

Éxito es obtener títulos académicos, recorrer el mundo sin despeinarse, formar una familia y tener hijos que se parezcan a modelos de pasarela, que siempre estén limpios, peinados y que desde bebés posen con estilo, jejeje.

Creemos que la búsqueda de la vida es el éxito y que para ser exitosos hay que ser perfectos. Hemos equiparado el éxito con perfección. Y luego nos preguntamos que por qué hay tanta depresión, tantas adiciones, tanta insatisfacción, tantos desórdenes alimenticios, tantos vacíos emocionales.

Necesitamos pertenecer, eso está bien, pero a qué costo

Como lo dijo el parcero Aristóteles: «El hombre es un ser social por naturaleza». Es claro que los seres humanos buscamos pertenecer, sentirnos seguros y es real que necesitamos de los otros para sobrevivir.

El problema muchachos es que por esa verraca necesidad aceptación hacemos hasta lo imposible por encajar y creemos que encajar es darle gusto a todo el mundo y mostrarnos infalibles, perfectos, valientes e inquebrantables.

En consecuencia, perdemos nuestra esencia y nuestra identidad y nos sometemos a bailar al son que nos toquen los demás. Dejamos de ser nosotros para fundirnos con la masa, mimetizarnos, clonarnos y aprender a sobrevivir sin destacarnos porque no queremos correr el riesgo de fallar, de ser diferentes y destruir el hechizo de la calabaza.

Nadie es perfecto, todos somos vulnerables

Creemos que nuestro poder está en nuestra perfección. En consecuencia, nuestra debilidad es todo aquello que pueda poner en juego esa imagen de dominio y autocontrol: enamorarse, equivocarse, dudar ante las certezas de la vida, tomar riesgos, salirse de lo establecido, exponerse ante lo desconocido, reconocer nuestro error, en pocas palabras, ser vulnerables.

De esta forma corremos el riesgo, no solo de perder la oportunidad de conocernos, de seguir nuestro corazón y de hacer aquello que de verdad deseamos y sentimos, sino también la posibilidad de formar relaciones transparentes, honestas y reales.

Danny, pero nadie quiere sentirse excluido

Claro, es verdad. Pero en esa necesidad de ser aceptados no solo hacemos lo que sea necesario para encajar, sino que obligamos a que los otros lo hagan también.

Es así como entre chiste y chanza, como se dice popularmente, nos burlamos del que piensa distinto, del que se viste por fuera de la norma, del que tiene gustos que no coinciden con los míos y del que decide buscar una vida que se aleja de lo que llamamos éxito.

Parceros, la historia está llena de sucesos de tristeza y dolor que han ocurrido por el deseo de transformar, “enderezar” o erradicar lo que es diferente y, por lo tanto, imperfecto según hemos establecido nosotros: una nacionalidad diferente, un color de piel diferente, un pensamiento diferente, una orientación sexual diferente.

Todo esto ha hecho que le tengamos miedo a ser distintos, a no cumplir los estándares, a equivocarnos, en pocas palabras, a ser vulnerables. Y aunque es natural querer pertenecer, no por eso deben dejar de ser auténticos.

Debemos perderle miedo al rechazo y a ser vulnerables porque, de lo contrario, seremos una veleta que se mueve de acuerdo a lo que nos pidan los demás y nunca llegaremos a conocer lo que realmente somos, nuestra esencia.

La investigadora de la vergüenza y la vulnerabilidad

No sé si hayan escuchado hablar de Brené Brown, una profesora e investigadora de la Universidad de Houston, Estados Unidos. Resulta que esta parcera estudia, desde hace veinte años, la vergüenza, la valentía, la empatía y la vulnerabilidad.

Al principio se me hizo raro que existiera alguien dedicado a estudiar la vergüenza. Cómo era posible que una emoción tan “insignificante”, pensaba yo, diera para dedicar años de estudio y de análisis.

Pues muchachos, luego de escucharla en sus charlas TED quedé totalmente enganchado con ella y con el análisis que hacía de la vergüenza y de lo mucho que afecta y condiciona nuestra vida.

Es que la verdad nadie habla del tema, no nos gusta aceptar que tenemos miedo a equivocarnos y, lo más verraco, es que según esta parcera cuando alguien menos habla o reconoce que puede experimentar vergüenza, es cuando más presente y profunda está esta emoción en su vida.

De acuerdo con ella, “la vergüenza es la epidemia de nuestra cultura”, y precisamente por eso es necesario hablar de ella.

La vergüenza de nunca ser lo suficientemente buenos

Parceros, ¿ustedes conocen personas que se creen la última Coca-Cola del desierto, que hacen juiciosos la tarea, que alcanzan un logro tras otro y se ven exitosos y felices? ¿O aquellos se creen los chachos de la fiesta, que tienen que hablar duro, mandar a todo el mundo, que no se despeinan y que andan haciendo alarde de sus trofeos y se ven totalmente seguros de sí mismos?

Son parceros autoexigentes que tienen estándares tan altos que por más que logren lo que se proponen, quieren más y más, y permanecen en una competencia contante con ellos mismos y con el mundo.

Según Brown, las personas así esconden un inmenso temor a equivocarse y sufren más que aquellos que tienen la capacidad de reconocer su vulnerabilidad, sus debilidades y sus miedos porque han “bloqueado” esas emociones y, al hacerlo, también han insensibilizado la alegría, la autenticidad y la gratitud.

Por eso es que vemos personas que lo tienen todo y que, a pesar de eso y de lo que puedan mostrar hacia afuera, no son felices y viven en desdicha porque nunca nada les satisface ni alcanza a llenar ese vacío que hay en sus vidas.

Ser vulnerables nos hace más empáticos y compasivos

Los parceros que buscan hacer todo perfecto son personas que cargan sobre sus hombros un peso muy grande porque no se permiten cometer una falta. Todo tiene que estar impecable y para lograrlo, necesitan controlarlo todo.

Como la vida es incertidumbre, cambio y desorden, sus niveles de exigencia y de frustración son muy altos, de ahí que sufran estrés, dolor de cabeza, problemas digestivos, tensión muscular, tristeza, miedo.

Lo más duro parceros, es que a pesar de todo lo que hacen bien y de sus logros, siguen sintiendo que no son lo suficientemente buenos y, en consecuencia, que no merecen ser amados por ellos mismos ni por los demás.

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Y es que muchachos, la distancia que hay entre lo que queremos y DEBEMOS alcanzar, y lo que podemos lograr es muy grande y va aumentando en la medida en que obtenemos un nuevo logro porque siempre queremos más. Esto genera frustración y reafirma la idea de que no somos suficientes (para nuestros padres, nuestra pareja, para nuestros hijos, para la empresa, para la sociedad…).

Es ahí cuando aparece la adicción al trabajo o cuando nos convertimos en jefes, padres o parejas obsesivas y controladoras. Queremos evitar cualquier falla en el sistema y, para lograrlo, pretendemos que los demás piensen y hagan lo que nosotros queremos impidiendo que la gente pueda ser como es, volviendo sus vidas y las nuestras un hijuepucha martirio.

En cambio, cuando aceptamos nuestra imperfección y nos permitimos ser vulnerables, nos volvemos más empáticos y compasivos con los demás y con nosotros mismos.

La búsqueda de la incasable perfección nos esclaviza

Parceros, con solo pensarlo me da cansancio. Esa necesidad de perfección es una carga tremenda porque perfección no existe, porque la vara con que nos miden varía de acuerdo con los estándares y expectativas de cada persona y porque ser perfectos implica ser lo que los demás esperan de uno y eso se traduce en negar, reprimir y rechazar nuestra verdadera esencia.

Pero eso nos pasa a todos, no solo a los que están obsesionados con el éxito. Todos, en alguna medida, queremos encajar, pertenecer y experimentamos la vergüenza cuando sentimos que lo que somos o hacemos nos excluirá de la sociedad en la que vivimos.

Seer vulnerables es nuestro súperpoder

Cuando nuestra meta es ser perfectos e infalibles siempre buscamos un culpable para responsabilizarlo de nuestros errores; nos aferramos a nuestras verdades porque creemos que son las únicas; evitamos a quienes piensan distinto y ponen en duda nuestras ideas; nos burlamos o humillamos al que se equivoca y evadimos las situaciones, personas o momentos que pueden debilitarnos, es decir, que puedan hacernos sentir vulnerables como lo son el amor y la compasión.

Ser vulnerables nos libera

En su investigación, Brené Brown descubrió que las personas que no le tenían miedo a la vergüenza y que se aceptaban a ellos, a los otros y a la vida con sus errores e imperfecciones y eran capaces de abrazar la incertidumbre, es decir, que aceptaban su vulnerabilidad y la asumían, experimentaban con mayor frecuencia alegría y de gratitud.

Al mostrarse auténticos construían relaciones más sólidas y honestas; al no tener miedo a fracasar, vivían más libres y apreciaban con mayor plenitud la vida y sus regalos.

“La vulnerabilidad es el núcleo de la vergüenza y del miedo y de nuestra lucha por la dignidad, pero también es el lugar donde nacen la dicha, la creatividad, la pertenencia y el amor”.

Brené Brown

Parceritos, equivocarse, cometer errores, fracasar hacen parte inherente del triunfo y de la felicidad porque ellos nos permiten conocernos, replantear nuestras verdades, aprender, superar nuestras limitaciones y crecer como seres humanos.

Por eso, ustedes que están detrás de sus sueños, que tienen o planean tener una empresa, que son padres, eliminen de su cabeza la idea de que la vulnerabilidad es sinónimo de debilidad.

El mundo necesita gente más auténtica y honesta, gente segura de sí misma que base su amor propio no en su perfección, sino en reconocer y aceptar su vulnerabilidad como parte de la belleza de su ser.

Parceros, dejen salir la verdad que hay en cada uno de ustedes.

Los quiero ome.

Daniel Tirado / #BeachMoney

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