Qué más pues parceros. ¿Cómo amanecieron hoy de amor propio? En esta vida todos merecemos el amor, no solo el que viene de otros, sino el más importante de todos, el amor que nos damos nosotros mismos y que, lastimosamente, creo yo que es el más difícil de encontrar.
En el mundo hay tanto dolor, tanta tristeza, tanta soledad. Y no me refiero a la soledad de estar sin compañía, sin familia o amigos, sino a la soledad del alma, esa que se siente más profundo porque no importa lo que pase a nuestro alrededor, nada llena ese vacío.
¿Nada? Hay algo que puede hacerlo, sí señores, el amor hacia nosotros mismos, la compasión ante nuestras debilidades, la ternura ante nuestros errores.
¿Por qué es tan difícil encontrar el amor… propio?
Hemos crecido con la idea de que cualquier tipo de amor se basa en el cumplimiento de unas reglas y unos requisitos que lo hacen a uno o a otra persona ser digno de amor: ser buenos para algo, ser exitosos, tener una figura perfecta (vaya uno a saber qué es eso), hacer todo bien, ser juiciosos, infalibles, nunca equivocarnos ni defraudar a nadie.
Creo que el único amor que se salva de esto es el amor que sienten los padres por los hijos. Cuántos de aquí son papás y saben la incondicionalidad tan verraca que es ese inmenso e infinito amor.
Nuestros hijos nos pueden desobedecer, alegar, portarse mal, llegan a ser hirientes. Sin embargo, a pesar del correspondiente llamado de atención, el amor sigue intacto, nada de eso logra alterarlo o disminuirlo.
Pero eso no pasa con las relaciones humanas, en parte, porque es necesario poner límites sanos de autocuidado, pero, en la mayoría de los casos, porque creemos que para amar y ser amados debemos ser perfectos.
Entonces, de esa misma manera nos juzgamos a nosotros mismo… Mentiras, no de esa misma manera, ojalá fuera así. Nosotros nos medimos y evaluamos con mayor exigencia, con más rigurosidad y crueldad.
Somos implacables para juzgarnos y criticarnos. Cuando cometemos un error somos más duros con nosotros que lo que seríamos con otra persona que cometiera la misma falta.
¿Qué es el amor propio?
El amor propio, aunque pareciera obvio (y es que es obvio) es quererse, valorarse, respetarse y sentirse merecedor de todo lo bueno de la vida, y obrar en consecuencia.
Sin embargo, aunque la definición no es un misterio, existe una brecha gigante parceros entre el dicho y el hecho. Sabemos recitarlo, pero no sabemos cultivarlo ni sentirlo.
El amor propio es reconocernos, es tomarnos el tiempo de escucharnos, de identificar qué somos, qué nos gusta y qué no. Es saber que tenemos defectos y cualidades y darles a los dos el mismo valor.
Sin embargo, solemos destacar más lo malo, agrandarlo, autocastigarnos. Nos decimos cosas que no se las diríamos a los demás, ni siquiera en chiste. No nos permitimos equivocarnos o cometer un error.
Amarse a uno mismo es sentir ternura por lo que somos, sí, ternura parceros, como si fuéramos un niño pequeño indefenso que cuando está triste o se siente solo estira los brazos en busca de un abrazo que lo consuele y le dé la confianza que necesita para seguir adelante en la vida.
Pero muchas veces no estamos ahí para darnos un abrazo. Nos lo negamos y, por el contrario, somos crueles. Nos miramos al espejo para decirnos lo feos que estamos y para criticar cada cosa que hacemos.
El amor propio no es esconder nuestras fallas, errores e imperfecciones, para nada parceros: el amor propio es saber que existen, que están ahí y que hacen parte del paquete completo de humanidad que tú eres, pero que no son lo único que te definen.
¿Cómo saber cuándo se trata de amor propio y cuándo es exceso de ego?
Como les contaba en la entrada Ser vulnerables, nuestro súperpoder, en muchas ocasiones, aquellas personas que se muestran perfectas, implacables e infalibles con ellas y con los demás tienen de todo, menos autoestima.
Esa admiración desmedida por ellos mismos que, en consecuencia, los lleva a infravalorar a los demás, creer que siempre tienen la razón y que tienen derecho de causar daño a otros para que quede clara y evidente su superioridad, no es nada más ni nada menos que egocentrismo o soberbia, una máscara para esconder su falta de amor propio.
Mientras sentir orgullo por uno mismo (en sus justas y humildes proporciones), celebrar nuestros logros y valorarlos tiene una connotación positiva porque no implica creerse superior a los demás, la soberbia es todo lo contrario.
La verraca persona egocéntrica o soberbia solo piensa en su bienestar y no da valor a las opiniones de los demás a no ser que sean halagos y elogios hacia ella. Pero, como ya lo hemos visto, lo que esconden es un hijuepucha miedo enorme de equivocarse y adquieren esa postura para suplir las carencias que tienen.
Para no confundir amor propio y soberbia la clave es que en el primero un sabe que comete errores y que no es perfecto, pero, con todo y eso, uno se ama, se valora y se trata con compasión.
En cambio, cuando se habla de un ego inflado existe una negación de los defectos, realmente se creen lo último en guarachas y se aman, pero desde su aparente perfección. Entonces, cuando humanamente cometen una falla, se castigan y se atormentan porque quien es perfecto no puede equivocarse.
Aaaaayyyy parceros, cómo sufren estos verracos ome.
No te quedes con las migas, reclama lo que mereces
Parceros y parceritas, independiente de que la religión haga parte o no de sus vidas es inevitable aceptar que gran parte de la educación moral que recibimos, al menos por estos lados del mundo, estuvo y aún hoy, aunque en menor medida, está permeada por ella.
Por ejemplo, la idea de darnos sin medida a los demás y de renunciar a la felicidad en busca de ser redimidos (palabras más, palabras menos), sembró en nosotros la semilla de creer que éramos más buenos y dignos de existir en la medida en que nos negáramos o sacrificáramos por los otros.
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Nos hicieron creer que para ser mejores personas debíamos poner nuestros deseos, sueños y proyectos en segundo lugar. Primero hay que servirle al otro, buscar que esté bien, que esté contento, que tenga sus deseos satisfechos y después, si ya nadie necesita de mí, pensar en lo que yo quiero.
No hemos aprendido a reclamar con amor lo que merecemos. No es gritarle a la vida que nos tiene que dar un Ferrari rojo descapotable, no; tampoco se trata de retarla o de ponerla a prueba sino de sentir, desde lo más profundo de nuestro corazón, que somos merecedores de todo lo bonito de la vida, de todo.
Merecemos en la medida en que hagamos méritos
Creemos que para tener una vida feliz, tranquila, próspera, abundante; para tener buenos amigos, una relación bonita y un trabajo que disfrutemos debemos “ganárnoslo”. No parceros, la vida es generosa e infinita y nos hemos ganado todo por el solo hecho de existir.
Contrario a la mentalidad que tenemos los seres humanos, el Universo (Dios, la energía creadora, la vida, en quién ustedes crean como energía amorosa que nos sobrepasa) es infinito y ha dispuesto todo para nosotros.
Sabe que estamos por estos lados de paso viviendo una “experiencia terrenal” (que no ome, que yo no me he fumado nada) y que vamos aprendiendo con el paso del tiempo, así que es normal que cometamos errores y que nos equivoquemos.
Los estándares de belleza o de perfección son estándares humanos. Para el Universo no existen esas medidas. Somos nosotros los que creemos que para tener una pareja debemos estar atléticos y tener la dentadura perfecta, no el Universo.
Somos nosotros lo que pensamos que la posibilidad de viajar es solo para quieres nacieron en cuna de oro y son lo suficientemente elegantes para tomarse una copa de champaña en la Torre Eiffel. Pero la vida no es así, la vida no es limitada.
Parceros, cuando aprendemos a amarnos a nosotros y nos reconocernos como seres valiosos y merecedores por el solo hecho de estar vivos, le abrimos una puerta enooooorme a la abundancia, a la dicha y a la prosperidad.
Si no sabemos lo que merecemos, nos conformamos con lo que “nos toca”
Muuuuchas veces uno escucha decir que cómo esperan que otros lo amen si uno mismo no se ama… Lo hemos escuchado tantas verracas veces que se nos vuelve paisaje y suena a frase de cajón.
Pero parceros, déjenme decirles que es la purita verdad, jejjeje. Lamento desilusionarlos, pero si yo no sé lo que quiero y, por lo tanto, no sé lo que merezco, estaré a expensas de recibir lo que otros me quieran dar y me volveré dependiente de cualquier forma de amor que alguien se “digne” a entregarme.
Es así cuando surgen las relaciones que son poco sanas y codependientes, las famosas relaciones tóxicas donde, al menos, uno de los dos es infeliz (si es que no los dos), pero como eso es lo que hay, ahí se quedan eterna e infelizmente.
Y eso pasa con todo en la vida, no solo con el amor. Pensamos: “ese parcero qué se va a fijar en mí, míreme cómo soy”; “soy muy tímido, por eso no creo que me inviten a esa fiesta”; “yo no tengo nada especial, así que es normal que solo me sucedan cosas malas porque me las he ganado”; “yo quiero viajar por el mundo, pero me quedaré sentada esperando porque vengo de una familia de bajos recursos”.
Al no saber que somos merecedores nos terminamos conformando con lo que nos toca: una relación poco sana (“debo agradecer que, al menos, quiere estar conmigo”), una amistad utilitarista (“yo sé que solo me pide favores, pero si no fuera por ella estaría más sola que un hongo”), un hijuepucha trabajo de mieeee…do (“al menos tengo un trabajito, a qué más puedo aspirar yo”).
Cuando eso pasa parceros, nos limitamos a existir bajo los mínimos privándonos de experimentar todas las bellezas que la vida tiene para nosotros ome.
¿Cómo podemos cultivar el amor propio?
Esta es la gran pregunta. Todos sabemos que debemos amarnos, pero cómo carajo se logra. Parceros, yo podría hablarles de muchas formas de hacerlo, pero quiero concentrarme en tres o sino este artículo se va a convertir es en un libro, jejjee.
Silenciar nuestro juez interno
Debemos aprender a callar a nuestro juez interno, a ese que nos limita y nos dice que no somos capaces o que no somos suficientes. Esa voz que juzga todo lo que hacemos, pensamos, decimos y sentimos.
“Por qué fui tan tonto”, “yo siempre metiendo la pata”, “eso me pasa por dármelas de sincero”, “para que lo intento si sé que no soy capaz”; “soy lo peor”; “estoy fea”; “no soy tan buena como ella, mejor me olvido de ese trabajo”; “¿Emprender??? Si ni siquiera era bueno en el colegio”.
Todos estos pensamientos los hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida. De pronto se los escuchamos decir a nuestros papás: “mira cómo haces llorar a tu mamá, si fueras más juicioso…”; a nuestros profesores: “usted, como siempre, sorpresa sería que pasara un examen”; a nuestros amigos: “amiga, es que ella es más bonita que tú, mírale ese cuerpo”.
Y los tenemos tan interiorizados que creemos que son verdades absolutas y, consciente o inconscientemente, buscamos hacer cosas para reafirmarlos, o le buscamos la comba al palo para que lo que nos sucede concuerde con eso que nos han dicho que somos.
Esa verraca voz es la que nos hace renunciar antes de empezar. La que nos ancla.
Dejar de compararnos con los demás
Siempre parceros, sieeeeeeeeeeempreeeeeeeeee va a existir alguien que sea “mejor” o que esté “peor” que uno. No puedes medir tu vida con la de otro porque la vida no es un molde. Tú no sabes lo que esa persona tuvo que vivir y experimentar para ser lo que hoy es.
No sabes las circunstancias que moldearon su carácter ni sabes tampoco cuál es su llamado en la vida. De pronto él o ella son lo que son y tienen lo que tienen porque va en sintonía con lo que han venido a ser en este mundo.
Tú tienes lo tuyo, todos tenemos lo nuestro.
Sé compasivo contigo
Deja de una vez por todas de darte tan duro por tus errores y de tratarte tan mal. Bájale un poco a la verraca vara con la que te mides. Trátate con amor, con dulzura, mírate con ternura.
Entiende que NO tienes que ser perfecto y que NO tienes hacer méritos o cumplir con una lista de virtudes para reclamar algo a cambio. “Reúne cinco grandes logros en tu vida y reclama un viaje a Europa con el amor de tu vida”, jejejje. Nooooo, eso no funciona así con el Universo ni con la vida parceros.
Tratarte con compasión es ser paciente, empático, generoso y reconocer tus logros (todos los logros, los grandes y los que crees que son minúsculos). Es escribirte en la cabeza que nuestra misión en el mundo no es ser perfectos. Venimos al mundo fue a vivir.
Y claro, la idea es que te trates con compasión y que trates a los demás de la misma forma. Darnos amor no implica tratar mal a los demás, recuerden que una cosa es el amor propio y otra es el ego. Cuando uno se ama realmente sabe poner límites, pero con amor; sabe pedir lo que merece, pero con respeto.
El amor propio es la puerta por donde entran los regalos de la vida
Parceritos cuando hay amor propio, cuando entiendes que eres frágil, imperfecto y que nadie te está juzgando más que tú, empiezas a vivir más liviano, más tranquilo y más feliz.
Te vuelves un ser honesto, transparente y empiezas a atraer gente que vibra en la misma onda que tú. Gente que te va amar por lo que eres y no por lo que deberías ser.
Cuando empiezas a amarte y a saberte merecedor de lo bello de la vida, empiezas a reclamar con amor y respeto lo que quieres y mereces, eso implica perder el miedo a hacerte respetar.
Dejas de depender de alguien por miedo a estar solo; rompes con relaciones que no te alimentan; aprendes a poner límites y te sientes capaz de lograr lo que quieres sin aferrarte a un resultado único, sino que disfrutar de la experiencia de ir tras tus sueños, así estos vayan cambiando con el tiempo.
Parceros, estoy feliz de estar de nuevo tan conectado con el blog porque así me siento más cerca de ustedes. Déjenme sus comentarios para saber si esto les sirve, si se sienten conectados o identificados con los temas de los que yo les hablo.
Un abrazo mis parceros y parceritas.
Daniel Tirado / #BeachMoney
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